Los algoritmos, lejos de ser imparciales, reflejan los intereses de quienes los programan y los financian. Las grandes corporaciones tecnológicas, en colaboración con gobiernos, han convertido estas herramientas en mecanismos de control, restringiendo la libertad de expresión y moldeando la percepción pública. Bajo la excusa de combatir la desinformación, se censuran voces disidentes y se impone una única narrativa aceptable. Esta manipulación no solo limita el pensamiento crítico, sino que también genera una sociedad pasiva y conformista. Ante este panorama, es urgente exigir transparencia, descentralización y rendición de cuentas en el desarrollo y aplicación de estas tecnologías.