¿Sustentabilidad o Control?
El rugido de los motores de combustión interna está desapareciendo. En su lugar, un silencio electrizante comienza a apoderarse de las carreteras. Los autos eléctricos se presentan como la solución definitiva para la crisis ambiental, la innovación del siglo, el futuro de la movilidad. Pero, ¿realmente estamos transitando hacia un mundo más sustentable o solo nos estamos encaminando a una nueva forma de control energético y social?
Desde hace años, los gobiernos y las grandes corporaciones han impulsado una transición acelerada hacia lo eléctrico. La promesa de cero emisiones y un aire más limpio seduce a millones, mientras que las prohibiciones progresivas a los vehículos de gasolina presionan a los consumidores a adoptar la nueva tecnología. Sin embargo, detrás del discurso ecologista, emergen preguntas incómodas: ¿Quién controla la energía en este nuevo paradigma? ¿Podemos hablar realmente de independencia vehicular cuando las estaciones de carga, las baterías y la infraestructura misma dependen de conglomerados tecnológicos y estatales?
Uno de los puntos críticos es la matriz de generación eléctrica. Si bien se busca reducir la dependencia de los combustibles fósiles, la mayor parte de la electricidad proviene de fuentes que siguen contaminando, como el carbón y el gas natural. Además, el litio y otros minerales necesarios para fabricar baterías se extraen con procesos altamente contaminantes y socialmente cuestionables. ¿Realmente estamos salvando al planeta o solo estamos trasladando la contaminación a otras partes del mundo?
Curiosamente, en el debate sobre los autos eléctricos rara vez se menciona la huella de carbono que dejan antes de llegar a nuestras manos. ¡Y vaya que sería interesante saberlo! Desde la minería del litio, que agota reservas de agua y destruye ecosistemas, hasta el transporte de materiales entre continentes, pasando por la energía requerida para la fabricación de baterías de gran capacidad. Pero, claro, no queremos que esos datos arruinen la narrativa de “cero emisiones“. Y después, cuando esas baterías ya no sean funcionales, tampoco es relevante hablar de la contaminación generada por su disposición final. Lo importante es vender la idea de sustentabilidad, aunque solo sea un espejismo.

Pero hay un aspecto aún más preocupante: el control. A diferencia de los autos a combustión, que pueden ser reabastecidos en cualquier momento y lugar con un simple bidón de gasolina, los autos eléctricos dependen de una red de carga que puede ser monitoreada, regulada y, en caso extremo, restringida. ¿Qué sucedería si, en un futuro, el acceso a la movilidad dependiera de un puntaje de ciudadanía o de cumplimiento de ciertas normativas? ¿Podría un gobierno o una corporación decidir cuándo y cuánto podemos conducir?
El auge de los vehículos conectados y el Internet de las Cosas añaden otra capa de preocupación. Estos automóviles recolectan datos de conducción, ubicación y hasta patrones de comportamiento del usuario. ¿Hasta qué punto estos datos serán utilizados para beneficio del conductor, y cuándo se convertirán en una herramienta de vigilancia y control?
Curiosamente, mientras el discurso oficial promueve sin descanso la transición hacia lo eléctrico, las voces críticas que buscan exponer las inconsistencias y los intereses ocultos detrás de esta agenda son censuradas, desacreditadas o directamente perseguidas en el espacio digital. ¿Por qué se cancela a quienes plantean dudas razonables? ¿Por qué los medios de comunicación y las redes sociales silencian o etiquetan como “desinformación” cualquier perspectiva que no encaje en la narrativa oficial? ¿Acaso un debate abierto y transparente no sería lo más sano para la sociedad?
También resulta llamativo cómo se omite deliberadamente la impresionante evolución de los motores de combustión interna en los últimos años. Los avances en tecnologías de inyección directa, turbocompresores, combustibles sintéticos y mejoras en eficiencia han logrado que los motores de gasolina y diésel sean más limpios y económicos que nunca. ¿Por qué no se promueve una solución mixta en la que la evolución tecnológica permita una transición gradual y voluntaria, en lugar de imponer una migración forzada a lo eléctrico?
No se trata de estar en contra del avance tecnológico. La innovación es necesaria y bienvenida. Pero, en la carrera por un mundo electrificado, es esencial preguntarnos si esta transición está siendo impulsada realmente por razones ambientales o si estamos siendo conducidos, sin cuestionarlo, hacia un sistema donde la energía y la movilidad están bajo un control centralizado. ¿Será que el futuro es realmente sustentable o simplemente estamos cambiando de dueño?
Y entonces, ¿dónde queda nuestra libertad de elegir? ¿Podremos decidir qué tipo de vehículo usar o seremos obligados a seguir una agenda impuesta? ¿Hasta qué punto podremos movernos libremente sin depender de redes controladas? ¿Es la sustentabilidad una elección individual o una excusa para limitarnos bajo la promesa de un “bien mayor”?